sábado, 9 de octubre de 2010

Libros en bibliotecas indígenas


En la Biblioteca Qomllalaqpi nos encontramos trabajando desde hace tiempo con una cuestión probablemente conflictiva dentro del tratamiento académico que ha suscitado el concepto Biblioteca Indígena. Esto tiene que ver con la colección impresa (especialmente libros), que se encuentra en toda biblioteca que intenta brindar servicios dentro de una comunidad conformada por descendientes de pueblos originarios. Se sabe que se trata de culturas ágrafas que históricamente no necesitaron resguardar en un tipo de soporte el conocimiento ancestral transmitido oralmente. Se sabe que muchas colecciones esconden detrás un marcado paternalismo, cuyos autores ofrecen documentos “sobre” los indígenas, valiéndose generalmente de una mirada ajena a la cultura, como si se trataran de objetos pertenecientes a otros estratos sociales. En ocasiones estos autores ofrecen una “ayuda” que nunca es genuina, o promueven una suerte de caricatura de estos pueblos históricamente silenciados e incomprendidos. Resultan pocos los casos de acercamientos sinceros a otras formas de conocimiento. Pero los libros en sí mismos han sido motivo de profundas reflexiones, muchas de ellas elaboradas desde la periferia académica, sin estar en contacto directo con las comunidades.
Se ha sostenido que toda colección que se encuentra dentro de una comunidad otorga sobrados motivos para considerar a dicho espacio una “biblioteca indígena”.
Resulta inaplicable adscribir a semejantes ideas. Necesariamente hay una complejidad mayor que debe ser considerada desde la experiencia directa.

Ya hemos visto en otras entradas que lo ocurrido en Derqui (la experiencia Qomllalaqpi), otorga elementos a los qom para asociar este espacio como una casa de la memoria, y que la colección que allí existe es en realidad una herramienta de socialización que los paisanos del Centro Comunitario Daviaxaiqui utilizan para darse a conocer y de este modo relacionarse.
Libros pensados como objetos que permiten un contacto con otras formas de conocimiento.
Libros que forman un puente desde donde transitar disyuntivas y proposiciones.

Los documentos orales han sido extensivamente tratados por diferentes bibliotecarios en incontables publicaciones, ya nadie duda del enorme valor de un material donde sea posible escuchar una voz representativa, transmitiendo un conocimiento en la propia lengua, recreando un patrimonio cuya interpelación permite concebir nuevos documentos.
Pero ante los libros, el quehacer bibliotecario aborda un plano frecuentemente inhabitado desde la práctica, que motiva un anhelo tal vez utópico: la búsqueda de representación en los acervos bibliográficos. Dicho tratamiento requiere una construcción circular desde la noción de “nosotros”, en tantos representantes de una realidad compleja que busca respuestas desde la interdisciplinariedad y la producción conjunta de investigaciones.
Por que tal vez de eso se trate, de producción local escrita, de materiales especializados en la cultura, independientemente del mayor valor que hoy por hoy puede justificar en su espacio una biblioteca indígena: el archivo oral, las prácticas lingüísticas, la producción documental endógena.

Hace años, una propuesta de una estudiante de bibliotecología motivó una inquietud profesional que provocó la construcción de un paradigma: una biblioteca indígena que producía sus propios documentos, la biblioteca de un pueblo sin escritura. Se trataba de la Biblioteca-Museo Maguta de la etnia Ticuna de Brasil, instalada en la confluencia de los ríos Javarí y alto Solimões, en el estado Amazonas. Según lo investigado por José Bessa Freire, desde allí se proponían actividades de recuperación del patrimonio oral Ticuna y se conformaba un centro de estudios donde maestros bilingües recreaban aspectos pedagógicos y educativos de la cultura popular, con la finalidad de realizar una serie de publicaciones para reforzar los conocimientos que los chicos conservaban desde la educación familiar.
Una de las experiencias más renombradas ha sido la confección de libros sobre etnosaberes: “O livro das Arvores” (1997) donde se rescataban los diferentes tipos de árboles que los ticuna conocían, su denominación bilingüe y las leyendas que estaban detrás de cada especie. Luego siguieron “Werigü Arü Ae”, libro que cuenta historias sobre pájaros; “Cururugü Tchiga”, con historias sobre sapos, además de numerosos textos sobre diversas disciplinas que pudieran contar con aportes locales.

Son numerosos los casos de bibliotecas universitarias que cuentan con colecciones indígenas con variados acercamientos disciplinares (antropología, lingüística, etnografía, arte, etc.) y en diferentes formatos. En la otra vereda, por ausencia de recursos, son muy pocas las bibliotecas indígenas que pueden ofrecer materiales publicados en grandes editoriales. Sin embargo pueden brindar documentos locales (especialmente orales) que dan buena cuenta de sus conocimientos, tradiciones e historia en general.
De lo que allí se está hablando es de la construcción del propio acervo, característica que la diferencia de los demás tipos de bibliotecas (probablemente nos acerquemos a una idea en algunas bibliotecas universitarias, con las tesis doctorales realizadas por alumnos, o en la producción de artículos técnicos realizados por los propios ingenieros en aquellas plantas siderúrgicas que cuentan con bibliotecas o centros de documentación).

Hay otros ejemplos conocidos de representatividad en las colecciones: en Perú se creó en 1971 la Red de Bibliotecas Rurales de Cajamarca, una práctica comunitaria con pueblos indígenas y campesinos que ha logrado, mediante el voluntariado, promover el acceso a la lectura, conformando una experiencia única de “bibliotecas sin estantes”, un sistema de canje o trueque que los comuneros organizaron para que los libros lleguen al resto de las chacras. Símbolo de esa lucha ha sido la realización de la “Enciclopedia Campesina de Cajamarca”, experiencia que ha venido a dar una respuesta a quienes por años han elaborado libros “adaptados a los campesinos” o bajo la idea de “ediciones simples para gente simple”. Los comuneros han hecho sus propios libros sobre botánica y zoología, en base a conocimientos locales, lo que originó la creación de la serie “Nosotros los cajamarquinos”. Por lo tanto aquí tenemos otro ejemplo concreto de representatividad cultural y fortaleza identitaria, porque como bien expresa Alfredo Mires Ortíz en una conferencia realizada en Medellín, Colombia (al presentar su trabajo “El libro entre los hijos de Atawalpa”), “el libro ingresó a nuestra historia como un estigma, como el augurio de lo fatal, como el advenimiento del infortunio, como una condena imposible de ser conjurada por los herederos de aquellos pueblos”.
Probablemente lo realizado por la red de bibliotecas rurales haya habilitado un puente desde donde supieron potenciar otro tipo de herramientas, provocando un acercamiento a un modo de aprendizaje y de conocimiento.

Por otra parte, considerando lo que actualmente se está trabajando en el área de las bibliotecas indígenas, y debido a que su construcción se encuentra en pleno proceso, creemos que la experiencia emprendida por Robert Endean Gamboa con la Biblioteca Digital Maya U Kúuchil Na'at puede significar el nacimiento de un nuevo paradigma en tanto representatividad del quehacer bibliotecario entre los pueblos originarios de México. Este trabajo focaliza fuertemente el aspecto tecnológico entre los mayas, favoreciendo la construcción y publicación de documentos en diferentes soportes (libros, música, fotografías, videos y textos), sin prescindir de las prácticas lingüísticas, sino más bien incluyéndolas en el desarrollo colectivo junto con las colecciones y un conjunto de actividades que buscan preservar aspectos significativos de la cultura.
La visión de la biblioteca digital es clara:
A dos décadas, la etnia maya será reconocida en todo el mundo por su cultura, su creatividad, su capacidad de innovación y sus propuestas de desarrollo sustentable.

La autogestión estará en manos de los mayas, pero tendrán herramientas para llevarlo a cabo.

Así lo hemos planteado en Derqui a principios de 2008, cuando surgió el proyecto biblioteca Qomllalaqpi: que sean los propios paisanos que conduzcan esta casa de la memoria.
Para eso estamos trabajando.

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